Me han invitado a ser jurado de un concurso de disfraces en el pequeño pueblo de Neltume, aledaño a la Reserva Huilo Huilo. La fecha ha coincidido – me informan que netamente por coincidencia – con la importada fiesta de “Halloween”, sin embargo, por las calles no diviso brujas ni esqueletos, zombies ni fantasmas. Veo, en cambio, cinco carros alegóricos estacionados, ya terminado el desfile por la calle principal, pero bellamente tapados en madera, helechos, un sapo y una callampa gigante de papermaché, canogas de agua, fantasiosos árboles de metal y corteza y duendes y hadas. Los niños comienzan a desfilar ante el jurado mostrando sus bellísimos disfraces.
Deliciosamente tímidos o a veces envalentonados dicen “Yo soy el hada del copihue” (falda roja cubierta de retazos verdes que imitan hojas); “yo soy el hada del digueñe” (vestido de helechos con collares y colgantes de copos blancos); “yo soy Saxigotix” (Capa larga café, cual tronco del mañío cuyo nombre científico es Saxigotea conspicua); el nivel del conocimiento del bosque nativo y creatividad de los niños no deja de sorprenderme, y continúan uno tras otro “yo soy el hada del ulmo”, dice una niña efímeramente vestida de tul blanco, recordándome la bella y aromática flor blanca del ese árbol; “yo soy el Coigue” dice un niño con unas enormes manos de papermaché que asemejan ramas. “Yo soy el hada mapuche del bosque”, dice una niña en bellísimo traje tradicional mapuche, al cual se han sumado flores y alas de enredaderas.
Este es un pequeño festejo de pueblo chico, con pocos turistas, llamado el 4° Festival del Bosque y es organizado por Fundación Huilo Huilo, un esfuerzo por revivir la fiesta de la primavera que antes se celebraba, y que murió a raíz de la triste historia política y económica del pueblo, que recién comienza a superar. Mi asombro no es tanto que se celebre hoy esta fiesta, sino que una proporción tan enorme de los disfraces y carros muestren un conocimiento tan acabado del bosque, tanto orgullo de lo propio, y que el tema del bosque se aprecie en tanto detalle imposible de imponer, sino obviamente nacido de la creatividad de los pobladores.
Al preguntar entre los asistentes y la gente de la Fundación, comienzo a explicarme el fenómeno. La Reserva Biológica Huilo Huilo empezó a idearse por ahí por el cambio de siglo. Junto con la construcción de sus icónicos hoteles, se desarrollan actividades menos conocidas, entre ellas, talleres de artesanías con las señoras de la comunidad. A ellas les enseñaron a crear artesanías de duendes y hadas del bosque, pequeños personajes que rescataban los detalles de nuestra naturaleza, el hada del ulmo, el duende del mañio, y muchos otros que se transformaron en éxito de ventas en los hoteles. Estas mismas señoras hoy son las madres que laboriosamente cosieron los disfraces de sus niños, con indecible creatividad y prolijidad, aplicando todos los detalles que incluyen en sus más pequeñas artesanías.
Neltume antes era un pueblo de madereros, hoy su vocación es turística. Y tal vez es uno de los pocos lugares de Chile donde hoy no salieron a pedir dulces los fantasmas, brujas y esqueletos, sino los espíritus de nuestro patrimonio natural y cultural. Aquí, compruebo con una sensación de orgullo en el corazón, la labor de la conservación va más allá del resguardo basado en la ciencia de nuestra biodiversidad, pues se extiende a reconectarnos con nuestro entorno, al valorar lo propio, y a “ver” la belleza que nos rodea. Comienza a tocar la comparsa “Juan y Rosa” contagiosa música de chinchineros acumbiada, y alegremente extiendo mi chal cual alas, y me sumo a la fiesta.
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